2023, abril 29
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Todos mis amigos se llaman Cayetano
Quien diga lo de “todos mis amigos se llaman Cayetano” tiene muy limitado el número de los que puede tener, y nunca podrá aspirar al millón que anhelaba Roberto Carlos, ni así más fuerte poder cantar.
Porque, el caso es que, en España, según el INE, solo hay 7.653 Cayetanos y 5.947 Cayetanas (13.600 en total, y, sí, en Madrid un buen número de ellos) siendo llamativo que los Cayetanos, con 44 años en media de edad, más que doblan la de las Cayetanas, que andan por los 18 de media.
En Madrid hay una gran devoción a San Cayetano, solo comparable a la que hubo (o todavía hay) en una “republiqueta” poco conocida, pero a la que la guerra de Ucrania puede terminar dando una triste fama. Se trata de la República de Transnistria, auto-segregada de Moldavia, y no reconocida diplomáticamente por casi nadie. Allí, en Rașcov, y desde los tiempos de la dominación polaca (los felices tiempos de aquel oasis de tolerancia que fue la Mancomunidad Polaco-Lituana) tienen una iglesia dedicada a San Cayetano, también.
La iglesia de San Cayetano en Madrid, obra de Churriguera, fue destruida por un incendio con gasolina iniciado por unos “comecuras” “pasaos de vueltas” en 1936 y, desde entonces, ha estado en más ocasiones al borde de la ruina total, la última de ellas en 1980. En esas fechas (las de 1980, no las de 1936) y contemplando yo el estado deplorable de la iglesia desde la cancela que la cerraba, fui testigo de cómo un padre gitano estimulaba de manera algo irreverente la devoción de su niño de ocho o diez años señalándole al Cristo crucificado y diciéndole: “mira hijo, el Dios que tiene ojos y no ve, que tiene boca y no habla…”. Hay veces que parece que uno está viviendo en una película de Buñuel… Era una tarde de finales de verano, a la hora de la siesta, en que lloviznaba, deteriorando la iglesia así un poco más: ya se habían hundido los capiteles de una de sus capillas y el agua se filtraba por la cubierta, llena de goteras.
Pero, con diferencia, donde más cayetanos y cayetanas hay es, sin duda, en Italia, en la bonita ciudad de Gaeta, la misma de la que hablábamos la semana pasada, que tanto trabajo le costó conquistar al Gran Capitán, y que traíamos a colación por causa del matemático de apellido Gaeta que se cerró en banda en la Facultad y dijo aquello de “¡No sin mis libros!”.
En esa ciudad de Gaeta, en la Costa del Mar Tirreno, muy bombardeada durante la II Guerra Mundial y llave para conquistar Nápoles en el pasado, hay nada más y nada menos que 22.000 cayetanos, pues que todos sus habitantes lo son. ¿O es que pensaban Uds. que cayetano es un nombre? ¡No señor! cayetano es un gentilicio: los naturales de Gaeta son gaetanos por la misma razón por la que los de Cádiz son gaditanos. Pero se ve que para los españoles que patearon aquellos andurriales lo de “gaetano” no participaba del genio de nuestro idioma, y así prefirieron referirse a ellos como “cayetanos”, que, como es obvio, suena aquí mucho mejor, y es más fácil de decir, que “gaetanos”.
El causante de todo este lío fue un niño nacido en 1480 (solo un año después de que Isabel la Católica consiguiera consolidarse como reina frente a su sobrina Juana Trastámara) al que terminaron elevando a los altares. Era hijo de los condes de Thiene y le pusieron por nombre Gaetano (Cayetano) en recuerdo de un tío suyo, fallecido, que enseñaba Derecho en la Universidad de Padua y que había nacido en Gaeta. Por su culpa, tenemos los 22.000 cayetanos de Gaeta, además de 13.600 ya mencionados que pululan por España.
Ni qué decir tiene que, en Italia, además de los que llevan el gentilicio “cayetano”, hay muchos más amigos, mínimo otros 22.000, llamados Cayetano. Algunos llegan hasta España escapando (o intentándolo) de las picias que han hecho en su país de origen, tal es el caso de un tal Gaetano Scutellaro, estanquero de profesión, al que la policía detuvo en 2021 cuando intentaba huir en avión a Fuerteventura. Aunque, también, tienen otros más ilustres que el estanquero, como el creador de la moderna ciencia política italiana, Gaetano Mosca, que tenía muy claro que las clases políticas se vuelven hereditarias, de hecho, o de derecho (¡atentos!, desde Corea del Norte a nuestra querida España). O, remontándonos más atrás, a Gaetano Filangieri, ilustre jurista en la Corte de Carlos de Borbón (nuestro Carlos III, cuando fue rey de Nápoles) que se dio a la Ciencia de la Legislación.
Con tanto Gaetano/Cayetano circulando por el mundo, no es extraño que a un grupo musical que responde al nombre de Carolina Durante le hayan entrado unas ganas enormes de que todos sus amigos se llamen Cayetano. Escuchen la canción y después me dicen: Todos mis amigos se llaman Cayetano
N. B. Por cierto, ¿cuántos Cayetanos, o Gaetanos, habrá en Transnistria?
Extraordinario, como siempre. Felicidades