2024, marzo 23
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Semana Santa
Llega la Semana Santa y siempre hay un “laico” que no se aclara con las fiestas y nos da la lata con sus confusiones.
Hace poco hubo quien preguntaba sin ruborizarse cuál era la diferencia entre el Domingo de Resurrección y el Domingo de Ramos. Yo, por darle un poco de empaque científico a la cosa, contesté que el Domingo de Resurrección es el primer domingo después del primer plenilunio de primavera, con lo que no hice más que aumentar la confusión.
Ya quedan muy lejanos los días en que un niño podía preguntar en casa cuál era la diferencia entre un laico y un seglar, metiendo a sus padres en apuros…
La condición de laico estuvo muy acreditada en otros tiempos, en los que se les veía como pecadorazos, que no respetaban nada. Ahora, como todo el mundo es laico y ya no se ve por parte alguna el traje talar, laicos, laicos, lo que se dice laicos militantes hay muy pocos.
Pero alguno queda, aunque resulten algo trasnochados: al fin y al cabo, en una sociedad laica, como es la nuestra, darse aires y presumir de ser laico queda más de los tiempos del cuplé que otra cosa. Pero los hay que aún se muestran orgullosos de serlo.
Yo conozco quien proclama su condición de laico y agnóstico como timbre de gloria. Escuchándole parece que esos títulos fueran los del Duque del Infantado.
Pero, de tarde en tarde, y sin necesidad de que llegue la Semana Santa, hay pequeños fogonazos de religiosidad dignos de ser integrados en una vida genérica del santo anónimo, si es que la hubiere.
Hace no mucho, y a la salida de un aparcamiento, había una persona humana aparentemente cisgénero (pinchar aquí) binario y gestante que pedía limosna. Ante la falta de “efectividades conducentes” (que es como definió el presidente argentino Irigoyen a la falta de dinero en efectivo) quien pedía limosna se decantó por un regalo en especie consistente en ir a la farmacia de al lado y comprarle unas medicinas, algunas de ellas sujetas a copago. Entregó las recetas y la tarjeta de la Seguridad Social y, ¡oh sorpresa! El nombre de la persona en cuestión era nada más y nada menos que Sulamita.
De nombre propio, Sulamita.
¿Cuánta gente habrá en España que se llame Sulamita? ¿Y cuanta que sepa quien llevaba ese nombre o quien era quien la cantaba de manera altamente poética?
La primera respuesta es fácil de obtener, en el INE: pasmosamente hay 726 mujeres que llevan ese nombre y su media de edad es de 19,1 años.
Eso sí que es ser modernos y no “Jenny” que lo llevan 1.014 mujeres y con una media de edad de 41,5 años.
“Jenny” fue moderno hace 41 años y, por lo que se ve, Sulamita le tomó el reemplazo veinte años más tarde. Sin embargo, mientras que ya existe una afamada Jenny, de momento, no hay ninguna figura pública conocida de la generación de las que llevan Sulamita por nombre.
La Sulamita era la amante, real o imaginaria, del rey Salomón y el cantaba sus excelencias en el Cantar de los Cantares. “Béseme con besos de su boca/ son tus amores más suaves que el vino… Es mi amado para mí bolsita de mirra/que descansa entre mis pechos…”
Con ese grado de lubricidad no me extraña nada que a Fray Luis de León le tomaran el número cambiado cuando tradujo el Cantar de los Cantares y se lo llevaran al calabozo por cuasi relapso de herejía. Algo parecido le anduvo rondando a San Juan de la Cruz, al que los dominicos de San Esteban en Salamanca invitaron a cenar y él, como era pánfilo, aceptó. Al terminar la cena lo metieron directamente en una de sus mazmorras.
Eran las bromas que le gustaba gastar a los domini-canes (los perros del Señor).
Pero volviendo a la Semana Santa. La falta de costumbre hace que muchos niños se comporten ahora como si fueran turistas. Y es que los turistas preguntaban hace años que por qué había tantos obispos por las calles en España en Semana Santa. Esas túnicas de estameña blanca, con su capuchón de terciopelo rojo o negro, un cíngulo y un decenario les parecían a nuestros visitantes, como mínimo, atuendo propio de la dignidad episcopal. Preguntas dignas de figurar en “La tesis de Nacy” (pinchar aquí).
Los niños son ahora turistas en las costumbres antañonas que hemos heredado y las ven con la misma extrañeza y alucinación que se ve a los seres venidos de otro planeta.
Quienes se van estos días a la playa o a la montaña son dignos de elogio: quieren vivir a fondo el momento fugitivo ya que, al paso que vamos, y con lo mal que lo están pasando los casquetes solares, las aguas de los mares las van a inundar todas y a ver a dónde vamos en las semanas santas del futuro.
Los que van a la montaña son mucho más precavidos y se curan en salud, no vaya a ser que con esta estación de verano-invierno que hemos tenido el deshielo polar sea súbito y haya que haberse puesto a resguardo.
Pero quienes, de verdad, de verdad, van a pasarlo bien son los que se irán a su pueblo a repetir el ritornelo de las procesiones, que llegan puntualmente, solo alteradas por los primeros plenilunios de primavera que, aunque estén regidos por las esferas celestes, aparentan ser caprichosos, haciendo que todas las fiestas bailen al son que ellos tocan, y así, a los sevillanos, hay años que les ponen la Feria casi solapada con las Cruces de Mayo, lo que es un despilfarro de energías y acontecimientos.
Dan mucha pena las religiones (cristianas o no) que no celebran estas festividades de la Semana Santa. Las religiones evangélicas de EEUU pasan de puntillas por el dolor y el gozo de la Pasión del Señor, sin querer mirar a los sufrimientos de Jesús el Cristo, y alegrándose solo de los últimos 40 días de paso por la tierra que le quedaban. Los días de después de la Resurrección. Para esas variantes del cristianismo, entre el Domingo de Ramos y el encuentro, con Él ya resucitado, de los tres de Emaús, lo mejor es ponerse en alfa (pinchar aquí) y esperar que pase el tiempo y llegue la eclosión eufórica de la Pascua Florida.
Aunque a esas religiones hay que agradecerles que tengan el valor de rescatar a La Sulamita y poner su nombre a las neo-catecúmenas que van captando en España e Hispanoamérica.
No creo que nadie se haya atrevido a ir a un cura católico a pedirle que ponga a su hija de nombre Sulamita.
Ya, pero la Semana Santa…
N.B. Rizando el rizo: el INE no registra ningún varón cuyo nombre sea “Sulamito”. O, para ser más precisos, dice que o no lo hay o, si lo hubiere, sería en número menor de veinte.
Tan genial como siempre, ¡gracias por escribir!. Yo iría a disfrutar de la Semana Santa zamorana, pero no lo haré porque aún no aprecio suficientemente la versión moderna de los prolegómenos de los autos de fe, me quedo con la auténtica en los libros.
Después de las ruidosas fallas, la Semana Santa es una bendición. Gracias.