2024, abril 20
Para suscribirse gratis a la Newsletter financiera, aquí: Mercados | Cinco Días
Las trampas del lenguaje y la desazón de la razón
A Sarita Montiel le preguntaron en una ocasión si durante su estancia artística en Méjico había conocido a Ramón Mercader, el asesino de León Trotsky. Ella contestó que sí, que sus amigos españoles exiliados allí la habían llevado a conocerlo a la cárcel donde cumplía condena. Muy dicharachera, y en su estilo sensual, añadió que, como era invierno, y la cárcel de Lecumberri era muy fría, ella tricotó un jersey para llevárselo de regalo.
La siguiente pregunta fue si sabía que Ramón Mercader había matado a Trotsky, a lo que contestó que sí, que sí que lo sabía.
El entrevistador insistió en que si conocía, por tanto, que Ramón Mercader era un asesino, y Sarita, contestó que no; que sí sabía que había matado a Trostsky, pero que lo que no sabía es que fuera un asesino.
Así era Antonia Abad, Sara Montiel para todo el mundo, y Sarita Montiel cuando anunciaban sus películas de los años cincuenta. Nadie sería capaz de reprocharle esa contorsión verbal que vaya Ud. a saber a qué motivos obedecía, si es que hubiera habido motivo alguno.
La entrevista con Sara formaba parte de una película-documental sobre el asesinato de Trotsky titulada “Asaltar los cielos”, expresión atribuible a Carlos Marx y que años más tarde haría famosa Pablo Iglesias (en su segunda encarnación) en la plaza de Vista Alegre.
El público del preestreno soltó una carcajada, pero, en la sala de la Gran Vía de Madrid donde se proyectaba la película, estaba el nieto de Trotsky, que salió de allí vociferando.
Yo estaba en el vestíbulo del cine y formando parte del corrillo que escuchó las quejas del nieto, Esteban Volkov, lo que automáticamente me hizo tener solo un grado de separación con León Trotsky (su nieto) y dos grados de separación con Lenin y con Stalin (el nieto y el mismo Trotsky). Es una bobada pensar en eso, pero la verdad es que impresiona.
Hace unos días a Pello Ochandiano (no confundir con Rubén Ochandiano) le preguntaron si sabía que La ETA era una banda terrorista, y él contestó que no. Que sí que sabía que era una banda armada, pero no que fuera una banda terrorista. Como no lo conozco, no tengo que pensar en ningún grado de separación con nadie.
Estas respuestas, separadas por 28 años, forman parte del mismo tipo de ilusionismo mental y verbal que se utiliza con frecuencia para salirse apuros, y no son solo propiedad de políticos o artistas de los tiempos del Último Cuplé, sino que contaminan el día a día de cada quisque.
En otra época se llamaba restricción mental (*) y se supone que formaba parte del “código de conducta” de los jesuitas.
Como eso de la restricción mental y el comportamiento jesuítico no era de fácil comprensión para los niños, cuando se les explicaba en el antiguo bachillerato (¡hay que ver que cosas se aprendían entonces!) se utilizaba un ejemplo con que ilustrarlo: “¿Pasó por aquí el fugado de la Justicia? No. Por aquí no pasó” mientras se deslizaba el dedo índice de la mano derecha por el dorso de la izquierda. Y es que, efectivamente, el huido de la Justicia no había pasado por el dorso de la mano del que respondía.
Hace no tanto tiempo a una vicepresidenta del gobierno español le preguntaban por una mentirijilla del presidente y ella (con una habilidad escapista digna del mago Houdini) respondió que aquello no lo había dicho el presidente sino el candidato a la presidencia, que no es lo mismo.
Es un modo de zafarse de preguntas incómodas que se ha utilizado y se utiliza en los territorios más variados, que se cuela en las paradojas de los sofistas y en los argumentos teológicos más sesudos (sin ir más lejos, y a la inversa de los ejemplos citados, en el Argumento Ontológico de San Anselmo).
Hasta en la vida cotidiana y más o menos anónima se utiliza con frecuencia. En una ocasión escuché a un compañero de Colegio Mayor preguntarle a una mujer si ella era la señora de la limpieza. La interpelada contestó indignada que ella era una señora, y que también limpiaba, pero que ella no era “señora de la limpieza” de nadie.
Y, ya para terminar, también fui testigo en un autobús de la pelea entre el chófer y una pasajera a quien había sobresaltado una arrancada algo violenta que a punto estuvo de dar con sus huesos en el suelo del vehículo de movilidad sostenible y transporte urbano. La indignación de la pasajera fue subiendo de tono y las respuestas del conductor también. Pero aquello fue la guerra mundial cuando éste le espetó que ella siempre buscaba bronca, que ya la conocía de otras veces, y que era “una provocativa”.
Era evidente que lo que quiso decirle es que era “una provocadora”, pero la confusión de un vocablo con otro terminó en amenazas de la afectada de que ya iría su hijo un día de estos a darle una paliza al conductor.
Así es como comprende uno la necesidad del lenguaje diplomático: una palabra mal empleada, un vocablo tomado por otro y, por un quítame allá esas pajas, termina liándose la guerra nuclear.
El catecismo (“como no podría ser de otra forma”, que también dicen los políticos) es mucho más sabio que saritas, ochandianos, vicepresidentas y personas anónimas, y tenía una respuesta estándar para situaciones parecidas: “Esto no me lo preguntéis a mí, que soy ignorante, doctores tiene la Santa Madre Iglesia, que os lo sabrán responder”.
Pero, a ver, quien se quiere hacerse pasar por ignorante, en estos tiempos…
(*) Restricción mental: “Intención mental con la que se limita, desvirtúa evasivamente o niega el sentido expreso de lo que se dice, sin llegar a mentir”.
“Llamada también reserva mental, es un expediente para esconder la verdad recurriendo a expresiones ambivalentes, es decir, capaces de ser interpretadas en un sentido por el que las pronuncia y en otro por el que las escucha. Se llama restricción mental estricta, cuando la ambivalencia es totalmente interior, de manera que en el significado exterior no hay huella alguna que permita descubrir la verdad; al contrario, se da restricción mental en sentido amplio cuando el significado secundario del discurso oculto es de alguna manera discernible”
Genial como siempre, Juan Ignacio. Y sofisticado y erudito.
Servidora, consciente de que la mentira es un deporte de masas, necesario para la convivencia en sociedad, no le tengo la menor aversión y pienso que la práctica de la verdad debe llevarse a cabo con moderación
O cuando Lola Flores invitó a todo el mundo a las bodas de su hija, pero cuando vio la iglesia atiborrada dijo "si me queréis, irse" 😅