2023, septiembre 2
Para suscribirse a la Newsletter financiera, aquí: Mercados | Cinco Días
La legión de nuevos seguidores de El Barbadiño
Ahora que vamos acostumbrándonos a que las groserías se califiquen como delitos hay que reivindicar la figura de “El Barbadiño” y reeditar su Verdadero método de estudiar para ser útil a la república y a la Iglesia. En ese tratado recomendaba la pena de muerte para los estudiantes que se propasaran en las novatadas. Las autoridades de la Universidad Complutense, siempre tan preocupadas por las que se hacen en los colegios mayores al inicio del curso académico, podrían esgrimir su reedición, como quien no quiere la cosa…
El Barbadiño (no confundir con el vino Barbadillo) era portugués y fue arcediano en la diócesis de Évora (su nombre verdadero era Luis Antonio Verney, y vivió entre 1713 y 1792). Se ve que, a pesar de ser “el filósofo del Marqués de Pombal” (así lo calificaba Menéndez Pelayo) no consiguió llegar a obispo. Pero consiguió que se cambiaran los planes de enseñanza en Portugal.
Un poco extremista el reverendo Don Luis Antonio, incluso para su época, ¿no? Total, estaba queriendo aplicar las penas del infierno a lo que siempre (también entonces) se ha calificado de chiquillada, desagradable, pero pecado venial, al fin y al cabo. Aunque, como en ocasiones toca la integridad física de los abusados, cualquier día de estos se van a proponer penas disuasorias…
La disciplina severa para con los estudiantes universitarios era cosa corriente en el pasado: en la Sorbona, en la Edad Media, al que faltaba al respeto al Rector se le caía el pelo (los rectores tenían entonces un mandato muy breve, y no podían repetirlo, pero su autoridad era total y absoluta mientras duraba).
También se les cayó el pelo a los que se enfrentaron a Blanca de Castilla, reina regente en la minoría de edad de San Luis y que no tuvo en cuenta el fuero de la Universidad de París a la hora de castigar a unos alborotadores: el choque con las fuerzas del orden fue tan sangriento que la universidad se declaró en huelga por dos años, viniendo a salvar la situación alguien inesperado, el Papa Gregorio IX con su bula Parens scientiarum (La madre de las ciencias). A partir de ese momento, a los estudiantes les protegería el obispo de París frente al brazo secular. Corría el año 1231.
La vida en los colegios mayores es algo que no debería perderse nadie, ni por lo bueno ni por lo malo. Yo he pasado por uno en Salamanca (el San Bartolomé, vulgo Bartolo) y por otro en Madrid (San Agustín): tres años en total de lo más útiles para aprender a “socializar”, a que te bajen los humos (siempre el listo de otro pueblo es más listo que el del tuyo) y a pasar por momentos extraordinariamente divertidos, en los que el ingenio de los “colegiales” brillaba.
Es a saber…
Hubo una especie de Juegos Florales en los que había que competir y ver quien soltaba las mayores chulerías. Uno de los que participaban en la justa de ingenio le espetó, con acento de “pichi” madrileño, al que tenía enfrente:
- ¡No me digas!… Ma vas a venir tú con esas… A mí que me columpio en la cadena el wáter y que me afeito con la hoja el lunes.
- El otro replicó: Pues no ma digas tu a mí, que tengo el culo pelao por la silla eléctrica y que me echaron de la Legión por golfo.
- Que, a su vez, tuvo su réplica: A mí que tengo los cojones negros del humo de cien batallas me vas a venir tú con balas de fogueo …
Por no hablar de una representación del “Guillermo Tell tiene los ojos tristes” de Alfonso Sastre, llevada a cabo, a la manera del gran éxito en 1969 del Orlando Furioso de Luca Ronconi (en diversos escenarios y con el público que se desplazaba entre ellos) en los jardines del colegio y en la que, cuando se acercaba el momento culminante, desde la ventana del colegio mayor vecino irrumpieron megáfono en mano con un gamberrísimo: “Don Guillermo Tell, al teléfono, por favor”.
Está claro que la pena de muerte para las novatadas adolece de un rigor “punitivista” extremo y censurable con nuestros criterios actuales, en los que se combina calificar las naderías como delito y, a la vez, solicitar penas rebajadas para el delincuente.
La Iglesia Católica debería volver a “aggiornarse” y establecer una nueva ruta para los pecadores en sus postrimerías de ultratumba: por un pecado venial ya no se iría al Purgatorio sino al Infierno, pero, eso sí, no como antes, no para toda la eternidad: ahora se podría salir del Infierno al cabo de cierto tiempo.
En todo caso, como en la Sorbona, en la huelga universitaria del año 1229, no estaría mal que viniera un obispo parisino de los de entonces a protegernos…
N.B.1 Como los tiempos cambian tanto, mucha gente no sabrá a estas alturas ni lo que es “la cadena el wáter” ni, mucho menos, lo que es “la hoja el lunes”. Ni, probablemente, lo que es la silla eléctrica o la Legión… Hasta las chulerías tienen fecha de caducidad…
N.B.2 La representación teatral del “Guillermo Tell tiene los ojos tristes” la dirigió el estudiante de arquitectura, y hoy arquitecto leonés, Oscar García Luna.
¡Muchas gracias!
Muchas gracias Juan Ignacio por su sensatez y fino análisis de la actualidad social, en donde si uno se empecina , el otro se ensaña. Me quedo con su frase " vamos acostumbrándonos a que las groserías se conviertan en delitos". Quizá sea consecuencia ésta de rasgarnos las vestiduras ante una grosería, de una actitud "muy política", para blanquear conciencias por otras circunstancias infinitamente más graves (sobre todo para las mujeres) y donde nadie asumió responsabilidad alguna.