El arte de los negocios
2025, julio 19 La Newsletter cultural se va de vacaciones hasta septiembre
El arte de los negocios
Andy Warhol solía decir que el mejor arte de todos es el arte de los negocios. Creo que tenía razón. Deberían enseñarlo en el colegio, aunque quizás sería demasiado prematuro el meter en las cabezas (que aún son “tabula rasa”) de párvulos e infantes esa dosis tan fuerte de cinismo. Ya tendrán tiempo de aprenderlo por propia experiencia. El problema es que muchos no adquieren esa experiencia hasta la edad de jubilación (si es que), cuando resulta un poco tarde para dedicarse a esa variedad del arte.
Lola Flores tenía la misma opinión que padres y pedagogos: no se puede inyectar la experiencia propia en los demás como si de administrarles una aspirina se tratara.
En una ocasión le preguntaron si le gustaría tener 20 años, pero con toda la sabiduría que da la edad, y ella respondió: ¡mi arma, noooo…! ¡Nos volveríamos locos!
Pero algo del arte de los negocios sí que sabía. Aunque, como buena super-estrella, su talento fuera de las tablas era difícil de comercializar.
Lola pudo haber ingresado en la Wikipedia como la inventora del “crowd-funding”. Esa cosa tan tontorrona que trae de cabeza a algún que otro político en nuestros días y que solo consiste en que un montón de gente te da pequeñas cantidades de dinero con las que te ayudan a poner en marcha tus proyectos de negocio, fantasiosos o realistas; un total de dinero reunido que nunca conseguirías que te prestara un banco.
Porque, ¿qué era, sino crowd-funding, la petición de Lola de que cada español le diera una peseta para hacer frente a la dura carga fiscal que le había impuesto el benemérito Borrell? Si vale para la Taberna Garibaldi, también debió valer para Lola en su día.
Doña Lola (que, aunque no tuviera el bachillerato se merece el “Don”, dado que el Don también se aplica de regalo a políticos con muchos menos méritos que no lo concluyeron nunca) iba muy por delante de su tiempo, porque quince años antes de sus apuros con el fisco rapeaba como nadie (pinchar aquí) lo que, en tiempos aún de Franco (cuando todo era en blanco y negro, como bien recuerdan cada sábado antes de proyectar la película en color los comentaristas de Cine de Barrio, y cada domingo los reportajes de Imprescindibles) y siendo un “torbellino de colores”, tenía mucho mérito.
De modo que, una vez más, hay que citar a Oscar Wilde y sacudir la cabeza ante la evidencia de que “la naturaleza imita al arte”. Al arte de Doña Lola en este caso. Que era mucho arte para, a veces, tan poca naturaleza como lo ha imitado después.
[Para rapear, habría que esperar más de 25 años, hasta que aparecieron Frank T (pinchar aquí) y Chojín (pinchar aquí)].
A veces esa ley formulada por Oscar Wilde pasa desapercibida por culpa de la vida tan acelerada que lleva todo el mundo.
Uno de los casos más llamativos de cómo opera esa ley, y que ha pasado casi inadvertido, es el de Susan Boyle, aquella participante que casi ganó la Operación Triunfo de Reino Unido, con una voz maravillosa que nadie esperaba a la vista de la poco afortunada apariencia física que exhibía (pinchar aquí).
Pero apenas empezó a cantar, todo el mundo se quedó como hechizado. Era la naturaleza imitando el arte de ABBA en su conocida “Thank you for the music” (pinchar aquí).
La materialización del personaje de una canción que, a su vez, parecía la premonición de que 30 años más tarde llegaría Susan Boyle a encarnarlo:
“No tengo nada especial
De hecho, soy muy aburrida
Si cuento un chiste
Seguro que ya lo sabe todo el mundo
Pero tengo un don, una cosa maravillosa
Pues todo el mundo escucha cuando empiezo a cantar
….
Mi madre dice que bailaba antes de empezar a andar
que empecé a cantar mucho antes de empezar a hablar
… Por eso Gracias por la Música
Ahí lo ven, Susan Boyle tenía el don, como el personaje de la canción de ABBA. La naturaleza de Susan estaba imitando el arte del grupo sueco.
También Santiago Segura podría ponerse a canturrear “gracias a “No te rías que es peor”” (pinchar aquí), aquel programa de la televisión de los noventa donde comenzó como concursante lo que terminaría siendo una carrera superlativa en el mundo del cine, antes de ir a toparse con un natural del pueblo valenciano de Torrente que encarnaría, en la vida real, el personaje de la ficción cinematográfica que tantos éxitos le ha proporcionado.
Ese Torrente real (nuevo caso de “esa persona de la que Ud. me habla”); natural del pueblo valenciano de Torrente, y que fue profetizado por el policía Torrente de la ficción en el cine, es probablemente el mejor caso en toda la historia del planeta de cómo la naturaleza termina imitando al arte, suponiendo que en todo esto haya algún arte. Por sólo eso, Santiago Segura merece que se le conceda el Premio Nobel de la inexistente Academia Noruega del Cine y de las Artes Escénicas, si es que algún día ese Nobel y esa Academia llegaran a inventarse.
Lo mejor del Torrente de la vida real, al que ya toda España identifica con el Torrente de la ficción, es que también supo hacer del arte de los negocios una eclosión de ingenio administrativo, torero, sicalíptico y concursal con el que ha empedrado poco a poco el camino de su actual infierno.
Pero… no se rían, que es peor.